EL TOUR DE FRANCIA RINDE JUSTICIA A ROMAIN BARDET, MAILLOT AMARILLO POR PRIMERA VEZ EN SU CARRERA

Un cierto sentido de justicia, quizás poética, quizás real, siempre verdadera, invade al atardecer caluroso las calles de Rimini, sus pinos de hojas sudorosas, sus playas privadas, la letargia de un sábado de verano y siesta, cuando en el ocaso de su carrera, Romain Bardet, ciclista amado, se viste por fin de amarillo. Una gota humana, falible, tantas veces fallida, casi boomer, la goza y brilla en la burbuja del ciclismo hipertecnificado, secuestrado por la fe ciega de los jóvenes locos en la ciencia y su poder. Un ciclismo de otro tiempo, el del coraje en el desafío, el de la búsqueda de la plenitud en el camino no en la meta, que Bardet, 33 años, dos veces en el podio del Tour hace más de media docena de años, interpreta hermoso en la cuesta de San Leo, áspero espolón de roca de caliza y arenisca, puerta de entrada en San Marino de los Apeninos de Romaña. Delante, dos minutos más allá, una fuga fatigada que se deshace lenta en el calor, el sudor, tanta humedad y calor, pegado al cuerpo y la ropa fina, sin renovarse ni refrescarse, asfixiante; a su alrededor, los grandes, los fantásticos, del pelotón, que se alternan en la cabeza, los Vismas de Vingegaard estupendo, los UAEs de Pogacar que ni suda, dueños, creen, de los movimientos y las voluntades de todos. No de la fe de Bardet. La meta, las playas inmensas del Adriático sereno, lejos aún, a poco más de 50 kilómetros.

No es el Bardet cohibido y estresado, víctima él también —como Thibaut Pinot, su coetáneo y compañero de pavor; como Alaphilippe, el último francés de amarillo, en 2021— de la necesidad francesa, ya 39 años de espera, de encontrar un ganador de Tour después del Hinault del 85. Es el Bardet liberado que encuentra placer en la soledad y la aventura, sin rendir cuentas a nadie, rebelde que en la Lieja, hace dos meses, rompe con la norma de los últimos años, la de los adoradores de Pogacar roñosos que cuando se escapa el esloveno imbatible se miran se vigilan, acuerdan no moverse y esperar a esprintar por ser segundos y, añaden con falsa ironía, primero de los humanos. Bardet se ríe de ellos y persigue fuerte, conocedor quizás de la inutilidad de su empresa, pero, justamente por ello, más empeñado en llevarla a cabo, como el último sábado de junio hacia el Adriático.

“Es un hermoso signo del destino”, dice el francés del Averno, voz suave y educada, mirándose la prensa amarilla ceñida a su cuerpo. “Premia la determinación justamente cuando ya había enterrado todas mis ambiciones. Esto no cambia un futuro ya decidido, pero la experiencia de haber corrido ya tantos Tours [décima participación, cuarta victoria de etapa, siempre en montaña hasta esta] me permite relativizarlo todo. He salido esta mañana de Florencia con un espíritu totalmente diferente a los demás Tours, libre”.

Bardet acelera cuando nadie piensa más que en sobrevivir y se va. Alcanza en un nada, pasado San Leo, a su compañero Frank van den Broek, 23 años, nacido ya en el siglo de los zoomers pero menos niño, y mucho más fuerte, de lo que su rostro tan blanquito, tan flamenco, hace creer, y con él, persigue su empeño, el maillot amarillo que nunca ha podido vestir. Y gracias a él, a Van den Broek, rodador espléndido y fuerte, con el que se releva sin reservas, Bardet burla la ley del pelotón, pequeño (50 corredores: el calor y la dureza del recorrido: tan poco llano, siete cuestas duras, incluido el Barbotto, el muro de la Romagna, ascendido a 40 grados centígrados) pero muy confiado en la norma que se cumple el 99% de las ocasiones y que estipula que dos minutos se derriten en 20 kilómetros y uno en 10.

Los Lidl de Pedersen, el crack danés, los Vismas de Van Aert, el belga fatalista y siempre frustrado, aceleran, pero la distancia, quizás mágicamente, no se reduce. A cuatro kilómetros de la playa, la ventaja es mínima, menor de 30s, y hasta Pogacar, feliz porque no ha sufrido como temía el gran calor, su gran enemigo tradicional, gracias a sus entrenamientos de aclimatación, y convencido de que habrá sprint por la victoria, afila el cuchillo. “Estaba pensando cuando llegamos a cuatro kilómetros para el final, y tenían como 25 segundos, si no me equivoco, que los íbamos a alcanzar así que por eso lo intenté también con el sprint porque si consigo ser tercero tengo 4s de bonificación”, explica, “y además me encantan los sprints en pelotones reducidos. Al menos le gané a Pedersen, uno de los más rápidos, aunque no pude con Van Aert”. La pareja tan feliz tiene hasta tiempo de mirarse y en dos palabras aceptar las órdenes del equipo: será Bardet quien gane y sea líder del Tour, y no será Van den Broek, el futuro por delante, quien se lo impida, alegre por la felicidad de su compañero viejo. Se cumplió lo que estaba escrito: Bardet, que ya anunció que dejará el ciclismo en junio del 25, no podía dejar el pelotón sin subir al menos un día al podio de amarillo.

Puedes seguir a EL PAÍS Deportes en Facebook y X, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.

2024-06-29T20:45:52Z dg43tfdfdgfd